LA VIGILIA. (Ramón Acuña Carrasco).
Con la vista perdida en quizá qué latitudes de su mente no articula palabra ni queja. Lejana e inmóvil, espera el encuentro con el último día que llegará, drástico e irreversible, hasta el borde de su lecho. Es Domingo al atardecer. Los familiares inician el retorno a sus obligaciones y hogares lejanos. Tan sólo una de las hijas continúa la vigilia. Para ella la jornada será demoledora. El cansancio y la impotencia ante el mal de los años acumulados pondrán a prueba la fortaleza de su amor filial. ¿Quién se ha preparado para asumir el difícil proceso del deterioro físico de un ser querido? Nuestra amiga no lo hizo. Simplemente asumió la responsabilidad. Todo grupo familiar tiene en su trayecto un espacio doloroso que cubrir. Y no siempre se dispone de los conocimientos ni de los recursos económicos para acceder al cuidado clínico que alivie los últimos días de un enfermo en estado senil. Se puede nacer en una clínica, en un hogar o a la intemperie y la vida se encargará del resto. Pero, ¡qué difícil es morir!. Un recién nacido es alegría. Un anciano que está imposibilitado de valerse por sí mismo, que requiere medicinas fuera de todo presupuesto, que no dispone del apoyo de un organismo previsional que lo auxilie o lo sostenga, esa persona que muchas familias ven apagarse lentamente, puede generar una situación muy difícil de enfrentar. Líneas aéreas y terrestres promocionan viajes con descuentos para la tercera edad. Pero, éste, el último trayecto de un ser humano suele ser muy caro y difícil de pagar. He aquí un tema de puertas adentro para pensarlo entre muchas personas. Nuestra amiga permanecerá allí, con su vigilia a cuestas,
experimentando la entrañable compensación de una mirada
o el pequeño gesto de agradecimiento de la madre enferma que, en
un tiempo hermoso, fuera tan dispuesta, vital y poseedora de un gran cariño
por los hijos y los hijos de los hijos. |