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La plaza está húmeda, como entonces. Los ciruelos se ven entumecidos, pero, bellos en su follaje de niña colorina, anticipando en sus primeros pétalos albores de primavera. En la sombra, florecida de siluetas, se tienden los escaños solitarios donde juguetean transparentes los fantasmas del pasado. En el tocacintas la voz de un viejo fabuloso me dice que noche y día la plaza ha guardado celosa y nostálgica un carrusel de imágenes que, a veces, el viento agita y desordena. Y Sinatra no miente; él, siempre supo de nostalgia y soledades. |
Ese lugar de encuentros y miradas, hoy solo y abandonado,
traspasado en su follaje por las agujas plateadas de la lluvia, ha permanecido
fiel a aquella época en que tu y yo con nuestros sueños
a cuestas girábamos y girábamos en una interminable ronda
de ilusiones. Y, entonces, como ayer, volverán los alegres y desaprensivos estudiantes aspirando el presente a carcajadas, atisbando, al pasar, las inquietudes del muy lejano a ajeno porvenir. Y la plaza estará feliz y arrebolada con un collar de corolas y acuarela y un lucero brillando en su frondosa y florecida cabellera. (Esto volverá a suceder cuando pase el Otoño y el viento norte venga a peinar pinares y oleaje. Cuando la chimenea te reclame los maderos condenados a la hoguera.) |
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Los años cuarenta registraron días de gloria para la Plaza de Llo Lleo que fue el corazón del verano y centro del ritual de un paseo repetido, eterno y sin urgencias. Cuando la mantenía donosa y lozana el celoso cuidado de don Armando Vidal, un jardinero fiel que compartía con don Romualdo Galleguillos, su colega de los jardines de la Estación del Ferrocarril, un amor entrañable por su trabajo y la belleza que venía después de cada poda. La plaza para muchos no era tan sólo un perímetro arborescente donde se congregaban las fieles multitudes de aquella época. Con su presencia amable y acogedora, de clara imagen e identidad bien ganada asumía silenciosamente las vivencias de cada quien y cada cual. |
No se sabe por qué razón esta
"solterona buenamoza y confidente", otrora todo un personaje protagónico
y compañía obligada de visitantes y lugareños en las
cuatro estaciones del año empezó a perder prestancia y colorido.
El desgaste de baldosas y pavimentos tanto como la ausencia de plantas ornamentales
iniciaron un deterioro progresivo que ha venido culminando con la tala de
algunos árboles mayores en una "prevención de riesgo
necesaria", según el decir de los que saben.Las plazas son blasón
y orgullo de los pueblos. Historia y tradición caminan en su centro y su contorno. Las más bellas de Chile lucen árboles nativos cuanto más altos y antiguos más respetados y protegidos. La Plaza de Llo Lleo tiene arborescencias heráldicas muy apreciadas por vecinos, ecologistas, artistas y escritores. Justo es reconocer que su presencia actual es calamitosa y que necesita algo más que "una mano de gato" para recuperar antiguos pergaminos. Para sanar las dolencias que la aquejan las autoridades, elegidas para que se preocupen de estas cosas, han aprobado un proyecto de remodelación que ha inquietado a muchas personas y levantado voces que están manifestando un profundo desacuerdo con los lineamientos hasta ahora exhibidos. A simple vista la imagen virtual conocida saca al personaje de la escena; lo que resta no es la plaza humanizada y distinguida con el cariño de tantas generaciones. Es otra plaza, ajena a las raíces, con incipientes verdores para el inicio de una nueva historia. Un pueblo sin monumentos como el nuestro no puede prescindir de aquellos que el tiempo y la naturaleza han erigido. En la sociedad actual el árbol es un sobreviviente; lo que no hacen los incendios espontáneos lo hace premeditadamente, por una u otra razón, el gran depredador que es el hombre. Las autoridades aseguran que el cambio se hará con una cirugía selectiva y cuidadosa. Una dialogada sintonía entre la creación y el sentir de quienes tememos pérdida de sombra, altas siluetas e identidad, es más que necesaria. El proyecto no entrará en faenas mañana ni pasado; hoy corresponde una mayor información y, por aquellos imponderables que cambian el curso de la historia, pasar de las seguridades de viva voz del alto nivel a un acuerdo con garantías de cumplimiento de un compromiso específico y solemne, quien quiera sea en el futuro el responsable de dar las órdenes de inicio de la remodelación que nos preocupa. Lo exige la participación ciudadana y la experiencia amarga de modernizaciones ya conocidas. Digo yo. |