PALABROTAS. (Ramón Acuña
Carrasco)
La pregunta emerge ante la agresión que los malhablados
de estos días hacen a la palabra, ese don que el Buen Dios nos
otorgó para el entendimiento entre los humanos y a la que vemos
espoleada hasta la degradación por el virus que campea en esquinas,
atajos y recodos, frente a bancos, templos y mercados, a la salida de
colegios, entre compadres de colectiveros que les importa un rábano
quien les escucha; resonando en boca de personas de terno y corbata, o
entre quienes usan pantalones anchos, caídos de popa y "acordeonados".
En muelles de barcos preñados de peces; a la sombra de grúas
y faluchos y en pantallas televisivas. No sé si entre pelícanos.
Ellos tienen otro idioma sólo traducido por poetas. En todos los
estratos. Entre dos o más hombres y mujeres o, simplemente, de
a uno o de a una, hablando a solas con una mano en la oreja. Y la pregunta
no es otra que ésta: ¿Qué es "la güeá?"
Así, como suena, con "g" y dos puntitos en la "u".
Dejemos bien en claro que no estamos descubriendo la pólvora. Diría,
con conocimiento de causa, que "la güeá" es bastante
antigua. Tanto como otros garabatos que nos acompañan desde siempre.
Sólo que ésta, a rostro descubierto y sin recato alguno
ha saturado todas las capas sociales, esferas profesionales y hemiciclos.
"La güeá" es como la síntesis de cualquier
cosa. El término fácil que vive allí, en la punta
de la lengua y en la indolencia mental de lo indefinible. Una palabra
de quita y pon que calza justo con temas banales. Sirve tanto para calificar
una reunión de "güeones", un carrete "ahí
no más" o una respuesta que no convence: "Siempre me
sale con la misma "güeá". Oí un día
el siguiente diálogo, textual: " Oye, "güeón",
vai a ir a "la güeá". Respuesta: "¡Qué
voy a ir a "güeiar", "güeón! ¡Aquí
con una sola cuerda se las cantaron todas! De "güeón"
a "güeón" : Un título fácil de adquirir
y de otorgar. Que no compromete ni ofende, pero, que, según la
intención, puede ser degradante. Mas, si lo expresamos en francés,
suena con una cierta elegancia: ¡Monsieur, le "güeón"!
Dicho así no viste mal. Este título, casi nobiliario, se
oye, a menudo, acompañado de un apellido chino que no lo diré
aquí porque parecería grosería. Una variante: "el
agüeonao", es, derechamente, insultante. También existe
"la güeona", algo para la biología todavía
imposible, pero, ahí está. Es parte de la familia.
Para regocijo de los agresores de la palabra y los refractarios
al uso civilizado del bello idioma que nos ha dado dos altas distinciones
literarias, pareciera ser que "la güeá chilensis",
un degenerativo del término "huevada", ha ascendido,
colgada de éste, los honorables peldaños de la Real Academia
de la Lengua. Pareciera.
El escaso conocimiento del idioma, la endémica
dificultad para construir una frase cualquiera, la mala pronunciación,
la escritura de las palabras tal como suenan; la pegajosa vulgaridad del
término que da lugar a este comentario son señales que nos
gritan la necesidad de una profunda reflexión. Un garabato, castizo
y bien plantado, en el lugar y circunstancia debida, es propio de la idiosincrasia
de los pueblos. Y el nuestro los tiene y muchos. Se sabe de ilustres personajes
de nuestra historia, en su intimidad, bastante mal hablados. Pero, así,
¿A mansalva? , ¿En todo tiempo y lugar?, ¿Y con tanto
y permisivo desparpajo? Es como mucho. ¿No le parece? ¿O
sí?
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