EL MES DE LOS SANTOS. (Ramón Acuña Carrasco). Flotando en los recuerdos de mi infancia navega inovidable la sabrosa presencia del "mes de los santos". Entre Junio y Julio, encerrados en el círculo ancestral de las costumbres, los pavos y pavas de entonces se resignaban al horno o la cazuela para hacer las delicias de los invitados. El día de la celebración, tempranito, llegaban las comadres portando hermosas tortas hechas con la mejor harina, harto huevo y un montón de cariño; con camelias blancas, rojas y jaspeadas, regalos envueltos en papel celofán y tarjetas de saludo brillantes y lustrosas. Los chuicos, parientes mayores de las garrafas de hoy, se arrinconaban en la cocina prestos a derramarse en copas generosas y amables. El merengue endulzaba los canastillos de naranja haciendo guiños a la glotonería de los cabros chicos. A medida que pasaban las horas la espectación iba tomando la hermosa forma de la mesa familiar, con blancos manteles, cuchillería propia y prestada, flores, servilletas primorosamente almidonadas, ensaladas de todo tipo, apiao, mistelas, ponche de culén, del tinto y del otro. Afuera, en un puntal del parrón, un largo y aliñado costillar de chancho trataba, inútilmente, de ignorar la muy mala intención de un enorme brasero dispuesto a cumplir con su cometido. Y, justo allí, en un apronte sin renuncios, fogonero, ayudantes y adelantados, daban comienzo a un ritual profano, regado y masticable: ¡Escopeta de todo tiro, el cumpa!, ¡Diablazo el santo,¿nó?!, ¡ ¡Una mojadita por dentro no le hace mal a nadie!, ¡Mientras más alto el codo, más grande la estima!, ¡Que viva el santo que lo quiero tanto!, ¡Nosotros, ya estamos en esto!, ¡Salú.! Con las primeras lluvias empezaba la vigilia ancestral de la buena mesa en un adobo de nueces, vinagre y yerbas olorosas para apuntar a un San Luis, a un San Juan, un San Guillermo, un San Pedro o una Carmen. Todos ellos eran motivos para dar rienda suelta a apetencias y sedientos choques de cristales. Las longanizas venían de Chillán, el pipeño murmuraba su procedencia monacal desde los fudres barrigones de El Convento. En estas ocasiones nunca faltó el amigo al que se le "fatalizó" un animalito en la vía férrea y teniendo que "carniarlo" se vio obligado a venderlo, así, "al bulto", a una seleccionada y avisada nómina de compradores. Yo tuve por aquí cerquita a un amigazo al que se le fatalizaban los animalitos de lo más seguido Max Suckel se debe acordar. Es posible que la fantasía le haya agregado facetas al relato y que el cronista haya mezclado imágenes de Limache, Llo-lleo o San Javier en el recuerdo, pero, es que "el mes de los santos" era algo especial y esperado en la vida simple y desaprensiva de la familia chilena. Los "turcos" hacían liquidaciones de géneros y miriñaques al tiempo que "la madama" adornaba la vitrina del almacén para llamar al compromiso y a la retribución, esa ley no escrita, pero, respetada por todos. Eran días de lluvia y de viento, de ambiente familiar, de chiquillos tomando bebidas hasta empiparse. Era gastarse la plata de "la quincena" para darse un gusto con los amigos, los compadres y los cuñados, todos, sin excepción, gente de buen apetito y de mucha sed. La dueña de casa se había esmerado en cumplir con la liturgia gastronómica hasta el último detalle. El abrumador trabajo lo pagaban los elogios de los comensales que valoraban, ladinamente, las exquisiteces hechas por su "mano de monja". ¡Viva la comadrita!¡Que Dios la conserve con vida y salud! ¡Esa es mi comadre, no me la vayan a "ojiar"! ¿Qué pasó con el conventino? ¡Me recondenara el mosto pa`güeno! Y, así, en un jolgorio bien regado, navegaban la amistad y los cogollos que resaltaban las virtudes del "santo", tan servicial y amigo de todo el mundo. Como para ir a saludarlo más seguido Hermoso recuerdo es este que regresa envuelto de nostalgias. Las cosas
han cambiado un poco. El vino en caja de cartón, el " jote"
y el "combinao" han invadido los exclusivos territorios del
pipeño, el aguardiente y la mistela. Los pavos vienen "tunick",
desplumados y con hormonas. Las platas no son las mismas. Y, en ese tiempo,
a nadie le preocupaba el nivel del colesterol. |