CANTARES.

(Al Coro de Casablanca).

Teníamos un pueblo de calles tranquilas
hincado en un valle de verdes colinas
que labraba, en silencio, su tierra en espiga.

Teníamos un pueblo, quizá como otros,
con mañanas frías, con nieblas de Otoño,
con encinas viejas, un alto magnolio...
Y, en tarde de soles,
una hermosa torre con campanas de oro.

Y en noche de estrellas, bruñidos espejos
que, en fuente serena, soñaban luceros.

Y gente que hilaba, con tranquilo gesto,
su andar y su acento
en horas cansadas de días eternos.

Pero, había en el aire
rumor y aleteo de plumaje nuevo;
vilanos que el viento deslizaba en los techos,
y en tibio regazo de capullo y nido
estremecimientos de canto dormido.

Y éramos una voz, lejana y sin rostro,
en un pueblo quieto, quizá como otros;
estaba en la hojas, con rubor de cielo,
la cubría un manto de álamos trémulos,
jugaba en la torre deshojando silencios.

Hoy, juntamos torre,
vilanos, espejos,
estrellas y soles,
rumor, aleteo,
magnolios y tiempo;
campanarios de oro,
álamos, luceros,
encinas, silencios,
y un lenguaje nuevo lanzamos al viento,
un canto fraterno muy bello y tan nuestro,
forjando el encuentro de voces lejanas, distancias y tiempo,
desgranando la espiga, despertando al pueblo.

Casablanca, Primavera 1974.